Estimados señores de la Federación Española de Pesca y Casting (FEPYC) :
Ya han pasado más de tres días de la finalización del Campeonato Nacional de Salmónidos Juventud. Recuperadas las fuerzas y el sueño atrasado, y ya con la mente fría, uno no puede más que echar la vista atrás, y recordar el esperpéntico espectáculo de este pasado fin de semana.
Sí señores, ¡un esperpento! , un desastre en toda regla, ¡una pena! ¡Una vergüenza!
¿Se puede hacer peor? Pregunto. ¿Se pueden dar en un solo fin de semana tantos elementos negativos y tantos despropósitos como los que se juntaron en este campeonato? Sinceramente, creo que no.
A pesar de ser nuevo en estas lides, y con nuevo me refiero a ejercer las labores de delegado de mi selección, no lo soy en participar en competiciones de pesca y, en los recuerdos que tengo de las decenas de eventos a los que he asistido se me hace difícil, por no decir imposible, encontrar uno que se acerque a lo de este Nacional. ¡Es que ni de lejos!
¿Cómo es posible organizar un Nacional en unos cotos como Bugarra y Ribarroja en julio? ¿No sabían que en época estival esos cotos son impracticables? Hasta pescadores del lugar estaban perplejos y no entendían cómo se había organizado allí, sabiendo que la época era la menos adecuada, que allí poco o nada se iba a pescar, que aquello en verano es una feria... ¿Todos los sabían menos ustedes?
¿Cómo es eso? Esto no es algo imprevisto, no se organiza de un día para otro. Hacer un Nacional de Pesca en donde, de entrada, no está mínimamente garantizado que se vaya a pescar pues... qué quieren que les diga, es como organizar el Campanu en el Manzanares, el desastre está más que asegurado... Pero bueno, asumamos que las condiciones y el comportamiento de un elemento natural, como es el río y las truchas, se escapan a cualquier tipo de previsión humana. ¿Y lo otro? ¿Y todo lo demás? ¿Qué me dicen?
¿Cómo se explica que en medio de un tramo haya dos pescadores furtivos pescando a cucharilla? ¿Cómo es posible que diez piraguas desciendan el viernes libremente a lo largo del coto estropeando el escenario de competición, y que nadie haga nada? ¿Cómo es posible que embistan a una niña y que al día siguiente, sábado, se vuelva a repetir la situación, con el consiguiente peligro? ¿Es de recibo que en casi la totalidad de los dos cotos nuestros deportistas tengan que pelear y discutir con bañistas y lanzadores de piedras? ¿Es admisible que se hagan 300, 500 ó 900 kilómetros para pescar en esas condiciones? ¿Es mínimamente asumible que después de tantos kilómetros los chavales se encuentren con tramos de 120 metros? ¡120 metros! ¡Bañistas y piraguas incluidas! ¿Y los accesos? ¿De qué forma se garantiza la seguridad de unos chavales a los que una vez dentro del tramo se les pierde de vista por parte de cualquier adulto? ¿Qué hubiera pasado en caso de una eventual crecida por suelta de agua en el embalse? ¿Quién hubiese podido ayudarles? ¿Ustedes? ¿Quién hubiese asumido las responsabilidades de una tragedia?
No me contesten, no necesito sus respuestas, no necesito sus explicaciones... Todas estas incógnitas responden a una misma razón; razón que no es otra que la dejadez y el desprecio más absoluto por nuestros jóvenes pescadores. Ese, y no otro, es el origen de todo este despropósito.
Todos los deportes minoritarios, y el nuestro lo es, tienen algo en común, algo que ocupa su máxima preocupación; la cantera, las nuevas generaciones, ¡El futuro! Miman a sus jóvenes, los protegen, los traen entre algodones... Este es el verdadero fracaso de este Campeonato Nacional, haberse olvidado de los jóvenes, de sus esperanzas e ilusiones... Ver a chavales desilusionados, tristes, desmotivados, con ganas de dejarlo todo. Verles desesperados y llorando impotentes ante la bajada de piraguas, ante los bañistas que estropean y destrozan sus espectativas de triunfo. Levantarlos a las seis de la mañana y decirles que el objetivo es pescar ¡una sola trucha! ¡Qué pena! ¡Qué desastre!
Y ya para terminar, decirles a todos ustedes que ¡No!, que no es mi intención buscar culpables, que a pesar de que no estaría de más unas disculpas públicas por su parte, no es eso lo que busca este escrito; busca soluciones, demanda asumir los errores cometidos y, por encima de todo, les pide un compromiso de mejora y la firme promesa de que esto nunca volverá a repetirse, nuestros chavales ¡no se lo merecen!
Me despido con una anecdótica medalla en el bolsillo y con la absoluta certeza de que en este Nacional todos hemos perdido.
Firmado:
Miguel Corcobado Lorenzo.
Delegado de la selección Gallega de Pesca, medalla de bronce de este Nacional.
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